martes, 5 de enero de 2010

El "arkhé": comienza la búsqueda...

Tales de Mileto (630 a.C. – 545 a.C.), el primero de los pensadores griegos en dar el salto del mito al logos, es considerado por la tradición como el demiurgo de la reflexión filosófica, el primer filósofo con nombre conocido. 
 En realidad, en la época en que vivió Tales, aún no se hacía la distinción entre filósofo y científico: los pensadores eran tanto una cosa como la otra, a la vez. Ni siquiera existía aún la palabra filósofo. En todo caso, él fue el primer pensador racional al que conocemos como individuo.
 Se cuentan de él diversas historias. No solo fue un sabio distraído y un astuto negociante, según nos narran Platón y Aristóteles, sino, además, un estadista, ingeniero, matemático y astrónomo.

 Para la cabal comprensión de la doctrina de Tales y de la posterior filosofía jónica en general, es necesario entender cuál era la forma de interrogar específica de este pensamiento. 
 Aristóteles designa a los filósofos milesios con el nombre de physikoí, pues su preocupación principal consistía en la physis. El equivalente castellano de physis es “naturaleza”, si bien es un equivalente aproximado y tiende, como casi todos ellos, a proyectar sobre el pensamiento griego nuestra propia forma de pensar, que le es totalmente ajena. Los griegos entendían por physis lo que nosotros llamaríamos “realidad”. No obstante, nuestro término remite a un conjunto estático de cosas; en cambio, la etimología de physis indica que procede de un verbo que significa “brotar”, “crecer”, o sea, algo que se genera, que está en cambio, en movimiento. Así es, efectivamente, como le aparece al griego lo que le rodea, lo que es él mismo, la realidad tanto material como social. «Así como las hojas del árbol, los hombres nacen y perecen», dice un famoso verso de Homero. Frente a este incesante fluir de las cosas, surge la filosofía para dar razón del cambio.
 Lo que buscan Tales y sus sucesores es lo que llamaríamos un principio, un arjé, que significa en griego, por un lado, “origen” y, por otro, “mando”. Buscan, pues, el principio que funda y gobierna las cosas.
 Tales ha planteado este interrogante, y contesta diciendo: el arjé es el agua. Esta contestación nos puede parecer pobre, pero hemos de tener en cuenta la dificultad que supone hacerse cargo, con un solo principio, de toda la multiplicidad de fenómenos (monismo). Además, los dichos y la doctrina de Tales —y también de los demás filósofos presocráticos— nos han llegado en forma muy fragmentaria. No poseemos ninguna explicación que el propio Tales haya dado de su afirmación.
 Ya Aristóteles trató de suplir esta falta. Por “agua”, Tales debió de referirse al fenómeno de lo húmedo en general. Los antiguos creían que la vida surge de lo húmedo, que de él se forman las larvas y que en tierra húmeda crecen las semillas. También el ciclo meteorológico (mar, agua, evaporación, lluvia, río, mar; o nieve, agua, vapor, agua, nieve, etc.) era un paradigma del movimiento de la physis. Tales pensaba también que la Tierra estaba flotando sobre el agua.
 La curiosa doctrina de Tales encierra otra afirmación tan enigmática como la primera. Según Aristóteles, Tales dijo: « Todo está lleno de dioses.» Aquí también hemos de no sobreponer nuestra concepción judeo-cristiana de los “dioses”, a la griega. Los dioses o, mejor dicho, lo divino, significa para los griegos un título de nobleza ontológica, una región de la realidad distinta a las demás, pues no cambia ni perece, no se transforma ni se corrompe. «Todo está lleno de dioses» significa, entonces, que todas las cosas aparentemente mueren y se pudren, mas existe un fondo que es eterno e inmutable.


¿Por qué nació la filosofía? ¿Cuál es la explicación del hecho de que, un buen día, el hombre se pusiera a filosofar?
 Platón cifra el origen de la filosofía en la capacidad del hombre para admirarse ante las cosas. En uno de sus diálogos de vejez, el Teeteto, Platón lo expresa así: «Muy propio del filósofo es el estado de tu alma: la admiración. Porque la filosofía no conoce otro origen que éste, y bien dijo —pues era un entendido en genealogía— el que habló de Iris como hija de Taumante.»
 ¿Qué quiere decir Platón con esta última frase? Lo mismo que con la primera: que la admiración es la madre de la filosofía. Solo que lo dice en clave, metafóricamente, encerrando en esos nombres propios toda una simbología:
Iris era la mensajera de los dioses, y, por lo tanto, lo sabía todo. Así pues, Iris representa la ciencia, la filosofía.
Taumante es un nombre deverbativo: un nombre derivado del verbo zaumadso, que en griego significaba “asombrarse”.
 O sea, cuando Platón dice que Iris es hija de Taumante, en realidad está diciendo que la filosofía es hija del asombro, de la capacidad de admirarse ante la realidad, de la capacidad de ver la realidad cada día con unos ojos nuevos. La realidad había estado ahí, ante los ojos de los hombres, durante cientos de siglos; pero fueron los griegos los primeros que supieron verla con una nueva mirada, los primeros en “admirarse” ante ella.

 Y así nació, entonces, la filosofía, y ese mismo ha sido siempre el punto de partida de cada hombre que comienza el apasionante camino de búsqueda de respuesta a las preguntas fundamentales acerca de la realidad. Un camino al que todo hombre está invitado, aunque sean pocos los que tomen el reto de recorrerlo hasta el final.

 En sencillo homenaje a esa búsqueda, y más aún, a los valerosos aventureros que la han emprendido y seguirán haciéndolo, es que este blog recibe su nombre.

1 comentario:

Sam dijo...

Muchisimas gracias por la información, es realmente clara y muy buena! Felicidades