lunes, 23 de agosto de 2010

LA CUESTIÓN DEL HOMBRE EN LA FILOSOFÍA ACTUAL: el "homo faber" y el "homo videns"

Las cuestiones relativas a la persona constituyen uno de los temas favoritos de la filosofía contemporánea. Con el idealismo hegeliano, la persona concreta fue sucesivamente reem­plazada en el análisis por el espíritu, la razón, la idea o el yo trascendental, impersonales y anónimos.

Una suerte no menos triste conoció la persona en el materialismo. Allí fue brutalmente negada.

Desde el momento que se niega la espiritualidad del hombre, todo sólido fundamento de la personalidad se derrumba, y lo que se sigue designando con el nombre de persona, queda reducido a una serie de fenómenos pasajeros.

Actualmente, las corrientes fenomenológicas y los distintos pen­sadores agrupados bajo el nombre de existencialistas, se están ocu­pando extensamente de la "persona" humana, como el movimiento personalista. Sus representantes son, entre otros, Scheler, Mounier, Lersch, etc. Es aquí donde los grandes filósofos cristianos, como San Agustín, Santo Tomás, Pascal, etc., han dejado una huella imborrable en lo que respecta a la ex­ploración intelectual de la existencia, valor y destino, de ese núcleo intimo con carga infinita de valores que es el alma espiritual.

El pensador religioso danés Kierkegaard ha ejercido una influencia decisiva en el redescubrimiento del significado de la persona: afirma que, sin lo absoluto, caen todos los valores, y con ellos, el valor fundamental que es la persona humana.

Muchos filósofos siguen también la senda abierta por Max Scheler, en la elaboración de una antropología, o estudio de la naturaleza o esencia del hombre. Por otra parte, la pedagogía y la psiquiatría, están profundamente interesadas, como es lógico, por todo lo que se refiere al estudio de la persona humana. Más aún, los grandes problemas del hombre, han sido expuestos en la novelística y el teatro actuales, por figuras de la talla de T.S. Eliot, P. Claudel, A. Camus, G. Marcel, G. Greene, G.K. Chesterton, etc.

Además, los estudios psicopatológicos y ciertas extrapolaciones nacidas de un estudio unilateral de la psico­logía animal, han hecho de la persona humana normal, una ex­cepción de la personalidad neurótica. Ha sido sobre todo Freud, uno de los responsables de este tipo de concepciones.

Para hablar de las imágenes del hombre que son el fundamento de las corrientes filosóficas contemporáneas, conviene partir de una definición de hombre que sirva de presupuesto para realizar una exposición crítica. Blanco, admitiendo la especificidad de lo humano, dice que el hombre es el ser vi­viente corporal, vegetativo y sensorial, que puede tener actos espi­rituales, (como actos de inteligencia y actos de voluntad).

El “animal técnico”.

EL PROBLEMA DE LA DIFERENCIA ESPECÍFICA

Scheler plantea el tema de la especificidad de la vida racional en estos términos:
 Si hay en el hombre una diferencia específica, es que de alguna manera el hombre es esencialmente distinto y superior al mundo animal.
 Si no lo hay, estamos frente a la teoría del homo faber, el hombre fabricador de instrumentos, teoría que hace del hombre una especie animal más desarrollada y no más.

La teoría del homo faber, a la que hace referencia Scheler, surgió en el siglo XIX, y cobró gran fuerza en el siglo XX por un librito de Spengler titulado El hombre y la técnica, publicado después de su gran obra La Decadencia de Oc¬cidente, en la que hacía una interpretación histórica del mundo sobre una base biológica, comparando las culturas con los organismos (tam¬bién las culturas tienen nacimiento, crecimiento y muerte). La teoría del homo faber, es "naturalista", positivista y también "pragmatista".
En El hombre y la técnica, Spengler viene a decir que como el león, también el hombre se alimenta co¬miéndose a otros animales, también es un animal de poderío que ha creado el Estado -un sistema de poder-; no tiene garras pero compensa esta falencia mediante lo que podemos llamar garras artificiales, las máquinas, toda la creación instrumental que englobamos bajo el nombre de técnica. El hombre sería entonces una especia¬lización en la línea de los animales técnicos con un mayor desarrollo, no una diferencia específica.
La teoría del homo faber es una lectura del fenómeno de la técnica. Esta doctrina empieza por negar una "facultad racional" específica en el hombre. No hay entre el hombre y el animal diferencias de esencia; sólo hay diferencias de grado.
El hombre no es más que un ser viviente, especialmente desarrollado. Eso que llamamos "espíritu", "razón", no tiene un origen metafísico propio y separado, sino que representa una evolución prolongada de las mismas facultades psíquicas superiores que ya encontramos en los monos antropoides, un perfeccionamiento de la "inteligencia técnica".
Para esta teoría del homo faber, el hombre es un animal de señales (idioma), de instrumentos, un ser cerebral, es decir, que consume mucha más energía en el cerebro que los demás animales.
Esta idea encontró apoyo en los grandes psicólogos del instinto, como Feurbach, Schopenhauer, Nietzsche, Freud y A. Adler.

El fenómeno de la técnica

En la segunda mitad del siglo XIX surge y se impo¬ne el uso de la palabra "técnica", que se refiere a la fabricación de algo, al modo racional de hacer algo ("técnica de la respiración", por ejemplo).
Indudablemente, el fenómeno técnico acompaña al hombre casi desde su aparición en el mundo, y es objeto de una evolución en el curso de la historia, hasta nuestros días. Hoy se ha tornado tan importante que Jaspers, en su libro Origen y meta de la historia, dice que no podemos continuar llamando a nuestra época "Edad Contemporánea", y propone denominarla "Edad Técnica" porque, si bien el fenómeno técnico no es exclusivo de nuestros días, su grandiosidad es la característica fundamental de nuestro tiempo.
Después de haber sustituido la energía animal humana por la energía animal, se sustituye la energía animal por la máquina, por el motor. Todo el progreso técnico de la humanidad está ligado a la perfección del maquinismo por una parte y al uso de nuevas fuentes de energía por otra.
Para el homo faber el trabajo es un fin (teleología finalista), mientras que para el Homo sapiens el trabajo es un medio (para transformar la realidad, para recrear la realidad, para reflexionar sobre la realidad),


El hombre es el “homo technicus”

El filósofo argentino Ricardo Maliandi sostiene, la hipótesis de que el hombre se define fundamentalmente por su capacidad técnica y entiende que esta capacidad ha servido a la especie humana para compensar sus debilidades biológicas.
En el hombre hay imperfecciones o precariedades biológicas que son compensadas con la técnica. En efecto, el ser humano no posee medios defensivos ni ofensivos naturales. Es un ser relativamente pequeño, y su fuerza es inferior.
Hay prodigios humanos que no se asemejan en nada a las técnicas animales: desde encender y mantener encendido el fuego, pasando por el cuchillo, la rueda, la agricultura, el motor de explosión, hasta llegar a los satélites, las naves espaciales, las computadoras.
El hombre es débil, pero gracias a la conciencia de su debilidad, a la conciencia de sus límites, logra desarrollar una capacidad extraordinaria para sobrevivir.
El hombre posee una capacidad natural: su capacidad técnica. Pero los productos que surgen del uso de esa capacidad ya no son naturales, son culturales.

Crítica a la teoría del homo faber

Encaramos la crítica de la teoría del homo faber en cinco puntos:
1) Si es cierto que el hombre es un animal racional, también lo es su dimensión profundamente biológica. Incluso la inteligencia humana muchísimas veces está guiada por una pre¬ocupación de tipo biológico, como curar una enfermedad, etc. Pero la inteligencia tiene otros valores en su horizonte: develar la verdad, el sentido último de la vida, el problema de Dios, de la realidad, del universo, etc.
2) La teoría instrumentalista del homo faber confunde la dimensión o uso técnico, con la naturaleza más profunda de la inteligencia. Bergson, en su obra sobre la evolución creadora, dice que la inte¬ligencia es capaz de preparar infinitos instrumentos para infinitos usos. Coincide en la expresión con Santo Tomás, pero este último establece el fundamento de lo afirmado: la capacidad de la inteligencia para conocer lo universal.
3) Lersch dice que para una concepción instrumentalista del hombre sólo existen los valores de la utilidad, lo que empobrece espiritualmente al hombre en el mundo de sus valoraciones afectivas (sentimientos y motivaciones). Entonces, si esta filosofía del homo faber propiciara un sistema educativo y un sistema moral, entrarían en juego sólo los valores utilitarios: no importan el bien en sí, el valor del heroísmo, el de la reverencia, de lo santo, el valor estético en sí mismo, etc. En esta filosofía del homo faber el hombre padece un profundo vacío interior, porque sus dinamismos espirituales más altos no encuentran satisfacción.
4) La concepción instrumentalista de Gehlen, la de Freud y otras similares, al partir de una inteligencia puramente técnica, falsifican profundamente los productos culturales que dependen de ella y que aparecen como puramente técnicos. La moralidad, el derecho, la religión, la ética, el arte quedan redu¬cidos a valores de utilidad, y sin embargo esto no es lo que nos enseña un análisis fenomenológico, es decir, una descripción de estas cosas objetiva, sin supuestos.
5) La totalidad de los productos técnicos constituye la totalidad de un mundo de útiles. De ahí que la técnica, los medios útiles, no tengan en sí su bondad y utilidad; carecen de moralidad intrínseca, son buenos o malos según el fin a que los destinemos. Por eso sucede que la técni¬ca de nuestro tiempo, que hoy quiere presentarse como dotada de fin en sí misma, está en realidad subordinada a una filosofía hedonista; el progreso técnico se presenta orientado hacia un mayor goce para la sociedad de consumo, y para que todos dispongamos abundantemente de todos los medios técnicos, lo cual ya es reconocer que la técnica en sí es un sistema de medios, no de fines.


El “homo videns”.


Esta teoría es postulada por el politólogo Giovanni Sartori en la década del ’90.

Los medios audiovisuales invaden paulatinamente la cultura contemporánea condicionando en igual medida la futura. Las estadísticas revelan que cada vez se leen menos libros y se compran menos periódicos. Como consecuencia de ello, los mass media -televisión y radio, principalmente- se convierten en la única, principal y casi exclusiva fuente de formación e información de la ciudadanía. Irrumpe también, con mucha fuerza, un nuevo medio de comunicación, Internet, y las posibilidades que se nos ofrecen desde la cibernética.

Se configura así un sistema donde predominan los individuos solitarios, la comunicación es cada vez menos personal, la televisión se convierte en el vehículo universal de transmisión de información, desde los países más poderosos hacia todo el planeta, y aparece un nuevo elemento comunicacional: las redes de comunicación cibernéticas.

El poder de la televisión y de la cibernética, anula la posibilidad de hacer abstracción de los conceptos aprehendidos y de configurar nuevas ideas, postulados y proyectos. Anula la capacidad de reflexión del ser humano. La cultura, por tanto, se vuelve superficial, con abundancia de imágenes pero escaso contenido. La sociedad, por tanto queda, a juicio del politólogo, en manos del poder audiovisual.

Respecto de Internet, la todopoderosa red parece reducida a un mero instrumento de diversión, destinada a los hobbies o, en todo caso, con alguna utilidad práctica -fundamentalmente administrativa-.

Sartori niega a la televisión cualquier posibilidad de transmisión de una opinión pública real, en tanto en cuanto, según el intelectual italiano, son los propios medios audiovisuales los creadores de las diferentes corrientes de opinión, que luego se encargan de presentar cómo la opinión de una/s determinada/s sociedad/es. Por otra parte, no es menos favorable a concederle al medio televisivo unas mínimas posibilidades informativas. Califica a la televisión de reduccionista, porque coge una realidad determinada y la simplifica y reduce al máximo para transmitirla. Y utiliza dos términos para definir el medio: "subinformación", en tanto que los mensajes son extremadamente resumidos y simplistas, y "desinformación" porque, a menudo, se utiliza para dar una información "amañada", de acuerdo con las convicciones de los que ostentan el poder, y también en función de lo que éstos desean transmitirnos.

Se pasa, además, a una nueva forma de hacer política, influenciada por el poder de los medios de comunicación. Mientras tanto, la información en manos del pueblo es cada vez más pobre, a la vez que a la sociedad se le pide más participación y se produce el tránsito de una democracia representativa a una directa. Pero, ¿qué tipo de participación se pide cuando existe un criterio, pero alimentado al amparo de corrientes de opinión pre-configuradas a través de los medios de comunicación dominantes?

"Mientras la realidad se complica (…) las mentes se simplifican y nosotros estamos cuidando a un video-niño que no crece, un adulto que se configura para toda la vida como un niño recurrente (…) Nos encontramos ante un demos debilitado, no solo en su capacidad de tener una opinión autónoma sino también en clave de pérdida de comunidad".



BIBLIOGRAFÍA

 BLANCO, G. P.: Curso de Antropología Filosófica, Bs. As., EDUCA, 2002.
 MANDRIONI, H.: Introducción a la Filosofía, Bs. As., KAPELUSZ, 1964.
 SARTORI, GIOVANNI: La sociedad teledirigida, Madrid, Taurus, 1998.
 SCHELER, M.: La idea del hombre y de la historia, Bs. As., LA PLÉYADE.