sábado, 24 de febrero de 2024

Foucault, belleza y consumo

  

En las últimas seis décadas el saber que se ha entregado a través de distintos medios, es el del consumo y la subjetivación del valor estético del cuerpo por sobre todo los otros valores que en él están inmersos (valor simbólico, cultural, religioso, etc.). Incluso, se ha establecido un consumo de los discursos corporales; los cuerpos deben ser bellos, saludables, bronceados, delgados, jóvenes. Ha ocurrido un traslado del término de belleza hacia el plano físico; la definición de belleza se ha impregnado de marketing, pues esta pasa a representar un capital simbólico que puede adquirirse, perderse o incluso comprarse.

De esta manera, podemos distinguir que una sociedad regida por la racionalidad del mercado en donde se compra la belleza y la delgadez, se revela una situación paradójica, “la Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta sobre la obesidad como epidemia mundial y la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) sobre la desnutrición a nivel también mundial… pero ambas como enfermedades de la pobreza” (Aguirre 2004: 34). Vale decir, “la mayoría de los gordos no son ricos sino pobres y la gordura está situada en el polo opuesto de la belleza. Existe, además, cierta reprobación moral que categoriza a los gordos como personas autocomplacientes, débiles de carácter y abandonadas en todo lo que se refiere al cuidado personal”.

    • 6  En los hombres el arquetipo obedecería a un cuerpo magro, sin tejido adiposo, bíceps protuberantes (...)


Los medios de comunicación de masas proclaman modelos de excesiva delgadez que patrocinan un arquetipo de belleza, que en el caso de las mujeres, está representado por jóvenes cuya estatura y peso son características excepcionales, las llamadas top-models. La publicidad, la moda, son parte de las instancias que han reformado el valor de la delgadez. La flaqueza se ha tornado distintivo imprescindible asociado a la autonomía, al éxito profesional, social y, desde luego, al éxito erótico. En este sentido, el mercado ha sabido sacar provecho, pues la oferta es amplia: gimnasios, centros de belleza, cirugías estéticas, suplementos nutricionales, prendas que hacen lucir delgado; o ayudan a adelgazar, productos dietéticos, cosméticos, fármacos, libros, vídeos especializados, máquinas para la ejercitación, etcétera.


La contribución de los medios al paroxismo de la estética personal no se limita a la revaloración de la imagen, pues la fotografía, Hollywood, la televisión, Internet, etc., no sólo nos muestran que hay que pensar y apreciar la estética personal; también nos dictan cómo hay que pensarla y valorarla. Existe un tipo de consumo que toma al cuerpo como su objetivo, imponiendo unas normas. Y este tipo de prácticas, de atención y culto al cuerpo, se ha entendido como una nueva forma de consumo, paradojalmente llamado consumo cultural.

Ahora bien, no todo pasa por el mercado, en una sociedad disciplinaria el patrón de medida será la norma (Foucault 1998c), pero, quien no la cumpla, estará más individualizado que el que la cumple. Por ejemplo, lo normal es estar sano, si una persona tuviese alguna enfermedad, se le obligará a que se someta a registro, observaciones, visitas al médico, exámenes, etc. He aquí algo relevante, en la medida que los sujetos se individualizan, el poder se desindividualiza, corre por todos los canales de circulación posible colocando mayor énfasis sólo en aquellos que desobedecen o se alejan de la norma, por ende, la observación y la vigilancia, provienen de más allá del propio sistema de consumo.

Dado lo anterior, cabe especificar que es a la mujer a la que mayoritariamente se le invade con estas ideas (Le Breton 2002; Amigo 2002; Ewen 1992; Turner 1989; Eco 2007; Morris 2005), pues en muchas situaciones, masculinidad es sinónimo, entre otras cosas, de serenidad por el aspecto propio, mientras que la feminidad encarna una gran preocupación en tal sentido.

    • 7  Para Simmel, “la moda es imitación de un modelo dado y proporciona así satisfacción a la necesidad (...)


Bajo este orden de ideas, el deleite de ser joven, ya sea con la asistencia de la cirugía o del ejercicio físico, hermanado a todos los accesorios que son posibles de comprar, han proporcionado un mercado distinto; el de la belleza como la gran mercancía. Es este mundo subjetivado en donde el cuerpo hermoso y delgado es un nuevo santuario. El control del peso se transforma para muchos en el eje de la vida, el punto de partida de la gran carrera, ser joven cada vez más, en la medida en que se es menos. Buscar nuevos atributos al cuerpo, es cambiar la imagen, buscar mayor aprobación7, es caminar hacia estar en forma y ser feliz. No obstante, Foucault diría, es obedecer al sistema normalizador imperante.


El consumo moderno se vislumbra como productor de una población pasiva y subordinada que, muchas veces, no es capaz de distinguir sus necesidades reales. El cuerpo como construcción cultural, en esta época hay que manipularlo para venderlo. Es un objeto palpable que posee influencia y por lo tanto se lo comercializa. De esta forma se explica el que para muchas mujeres hoy en día ser bellas se convierta en una fuente de ingresos. El físico en su puesta en escena actual, funciona según las leyes de la economía de los discursos; el individuo debe tomarse a sí mismo como objeto, como el objeto más fausto, que puede instituirse como proyecto económico de rentabilidad. Featherstone citado por Turner señala: “Dentro de la cultura del consumidor el cuerpo es proclamado como un vehículo del placer: es deseable y deseoso, y cuanto más se aproxima el cuerpo real a las imágenes idealizadas de juventud, salud, belleza, más alto es su valor de cambio” (1989: 213).

    • 8  “Hoy, los logros de la medicina y la biología (transplantes, transfusiones de sangre, prótesis, ma (...)


De esta suerte, “El cuerpo humano está plantado como un alter ego del hombre: sigue siendo signo del hombre, sin ser más hombre, ya que operaciones en su contra se volvieron legítimas. Estas provocarían horror si se produjeran sobre el hombre por completo y no sobre un cuerpo que se piensa de manera independiente del hombre” (Le Breton 2002: 75). El cuerpo, se vuelve sólo un conjunto de piezas o formas que pertenecen y están, subordinadas al hombre, pero, que no necesariamente son el hombre8.


Las estructuras actuales de producción/consumo, proporcionan al individuo una doble representación de su cuerpo: como capital y como fetiche. El cuerpo naciente se exterioriza en esta perspectiva de inversión y signo social. Así, el cuerpo es un “signo”, un “mensaje” que habla de su propietario. La apariencia física surge como un símbolo que puede resumir el carácter, la moral y los valores de una persona. Le Breton nos menciona: “El hombre alimenta con su cuerpo, percibido como su mejor valor, una relación maternal de tiernos cuidados, de la que extrae, al mismo tiempo, un beneficio narcisista y social, pues sabe que a partir de él, en ciertos ámbitos, se establece el juicio de los demás” (Le Breton 2002: 82-83). Por lo tanto, teniendo en vista este tipo de fenómenos y vinculándolos con lo planteado por Foucault, podemos exponer que el poder de normalización operante no fuerza ni inhabilita; sino que delimita los términos de lo normal y lo anormal, incitando la producción de ciertos actos, gestos y discursos.

    • 9  En el caso de los morenos la discriminación depende de la posición geográfica.


Foucault nos muestra que el poder crea, produce realidades, se inventó al demente, al delincuente o al anormal, en esta misma lógica, los grupos excluidos por los discursos estéticos comerciales los componen los viejos, los pobres, los gordos, los discapacitados, los morenos9, entre muchos otros. Son la moda y los estereotipos los que señalan qué es normal y qué no lo es, qué es bello y qué es feo. El discurso obviamente tiene sesgos. El modelo estético, adquiere características de moral, de ético, ya que lo bueno, lo moral, se asocia a la belleza (Llaguno 2002; Avenatti 2006; Mijares 2006), belleza entendida desde la flaqueza y la juventud, alejarse de ella es ser estigmatizado y castigado por la sociedad.


Esta rigidez de los cánones estéticos que impone la cultura occidental de la imagen, supone para las personas una batalla contra el tiempo para conseguir ser aceptadas socialmente, produciendo problemas de inseguridad y de no aceptación del propio cuerpo. Las probabilidades de sentirse incomodo en el cuerpo de uno, son tanto más fuertes en la medida que es mayor la desproporción entre el cuerpo socialmente exigido y la relación práctica con el cuerpo que imponen las miradas y las reacciones de los demás (Bourdieu 1986).


Las imágenes transmitidas por los medios de comunicación refuerzan un estilo de vida donde el cuidado del cuerpo (no sólo ejercicio físico, sino la cosmética, el vestido, etc.) tiene un lugar central. El “prestigio” que goza el cuerpo bello hace que frecuentemente se adhieran a estas prácticas personas que buscan en él un camino para mejorar su posición en la estructura social. Distinguen en el cuerpo una de las pocas áreas donde pueden ejercer un control cotidiano (a través del ejercicio físico, las dietas, el ornamento, etc.), y no como la política, la economía o la ley, que las consideran extrañas. He aquí donde los planteamientos de Foucault cobran fuerza, pues la relación de poder se vuelve invisible, ocultando que esto obedece a una estrategia de poder.


El mercado masivo al hacer del cuerpo su objetivo, lo ha transformado en mercancía, y en un medio para la manufactura y distribución de productos, pues no sólo se puede comprar un producto que “embellezca”, sino que un cuerpo bello vende. La publicidad, las propagandas están plagadas de imágenes que señalan cuerpos delgados, esbeltos y agraciados, para ofrecer cualquier cosa

El fenómeno del consumo, o si se quiere el mercado donde se hace patente el consumo, estipula cada a la belleza como ideal de verdad y probidad. Pero como lo señala Ewen: “hay contradicciones entre la verdad y la verdad comercial” (1992: 308). Lo que se da por sentado, muchas veces no es más que una ilusión sugerida que promueve al consumo. El mercado busca que la concepción de la imagen personal, nuestro propio cuerpo, sea un reflejo que determina nuestro éxito, y que su prolijidad irrumpa como algo infalible para competir con los demás. “En respuesta también a la sublevación del cuerpo, encontraréis una nueva inversión que no se presenta ya bajo la forma de control represión, sino bajo la de control-estimulación: «¡Ponte desnudo... pero sé delgado, hermoso, bronceado!» A cada movimiento de uno de los adversarios responde el movimiento del otro” (Foucault 1992a: 105).

En definitiva, el éxito en perfeccionar el cuerpo dotado de hermosura como un remanente del ser moderno, está asumido por una gran parte de la población, situación que se condice claramente con la economía de mercado, que como lo manifiesta Castells (1999), es una economía que basándose en la tecnología de la información, proporciona la base material indispensable para la difusión de aquello que se intenta vender. Y como el consumo actual no se basa en la regulación del deseo, sino en la liberación de los anhelos, ya que el sujeto hoy se exterioriza a sí mismo por medio de lo que posee. Qué mejor que poseer un cuerpo estéticamente bien parecido.

Las relaciones de poder, la mirada, operan aquí no sólo disciplinando y normalizando a la población, sino que haciéndose tan vigilante, como en el panoptismo carcelario, que los sujetos llegan a vigilarse a sí mismos y a los demás; reproducen el patrón que se les ha entregado. “… el individuo se convierte en la fuente de su propio sometimiento. Nada puede ser más rentable como tecnología política de los cuerpos que esta incorporación individual de la vigilancia” (Castro 2008: 152). Una vez implantada la efectividad y presencia de la observación, es el propio sujeto el que se auto-vigila, se auto-castiga, se auto-reprime, se auto-controla.


El cuerpo “diez”, el poseedor de “sex-appeal”, de buen “look”, el que da “la línea”, “la forma”, “el tipo”, etc., es un cuerpo constituido a voluntad o comprado. Esta aspiración se plasma en la obtención del cuerpo joven, seductor, guapo, fibroso, etc. Sólo a partir del cuerpo y la belleza entendidas como posesión individual, y no como dimensión del ser, es que puede operarse sobre ellas y convertirse en un proyecto.


Los discursos estéticos que operan en el actual sistema de consumo no ven al cuerpo como un todo, sino como elementos más, o menos armónicos. Así, por ejemplo, las personas que se someten a cirugías estéticas, se conciben a sí mismas como un conjunto de regiones inconexas: se corrigen la nariz, y luego descubren que sus orejas tampoco están bien, y nuevamente recurren a una cirugía. Su cuerpo no es una unidad, sino sólo un compendió de elementos. “Nuestro cuerpo es ya casi desechable. No importa realmente la capacidad física de nuestro cuerpo. Atrae más su “forma”, no las formalidades” (De la Parra 2002: 218).

De esta manera, la medicina y los médicos han contribuido significativamente a extender el descrédito social de la obesidad y del sobrepeso (Gil-Romo 2007), situación que históricamente aparece hace pocas décadas, el discurso varió, y de los cuerpos abundantes pasamos a cuerpos escuálidos. Situación que se reflejó tanto en las argumentaciones desde la publicidad como en el de los especialistas, pensemos que “Todavía hasta los años 50 la publicidad propone un cuerpo floreciente y lleno, las mujeres gruesas son las mujeres soñadas por los hombres y el modelo anhelado y soñado por las mujeres” (Biber 2002: 10). Igualmente, el estar con unos kilos demás era sinónimo de estar “sanito”.

    • 10  La anorexia o la bulimia más que anómalas son extensiones lógicas de la norma imperante en la actu (...)


Esta presión por poseer atractivo físico, por mantener la figura delgada, así como de ajustarse a las normas estéticas, han desarrollado problemas a gran escala como los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), que por nombrar el caso de la imagen corporal que los anoréxicos tienen de sí mismos, pasa por una idea desdibujada. Su situación es la de auto rechazar su apariencia. Se juzgan gordas y gruesas, aún cuando están desnutridas, famélicas. Es un enfermo que tiene una sensatez incierta de su aspecto10 que lo lleva incluso a la autolesión.


Los especialistas reparan (Biber 2002; Marin 2002; Llaguno 2002; Morris 2005; Colombo 2006; Perena 2007; Gil-Romo 2007; Sánchez 2007; Valor 2007) que cuando personas con problemas de TCA, exponen estar gordas o gordos, delimitan también el sentirse no suficientemente buenos para ser aceptados, no se conciben agradables, competentes, bellos. No es de extrañar que bajo la gran presión social por la estética, el que no se ajusta a los cánones puede verse excluido, aún más, se culpa a los excluidos de su propia exclusión.


Foucault aclara en relación a los sujetos que “El dominio, la conciencia de su cuerpo no han podido ser adquiridos más que por el efecto de la ocupación del cuerpo por el poder: la gimnasia, los ejercicios, el desarrollo muscular, la desnudez, la exaltación del cuerpo bello... todo está en la línea que conduce al deseo del propio cuerpo mediante un trabajo insistente, obstinado, meticuloso que el poder ha ejercido sobre el cuerpo de los niños, de los soldados, sobre el cuerpo sano” (Foucault 1992a: 104).


De esta manera, hemos establecido que se les impone a los individuos, a través de ciertos discursos; tácticas de disciplinas individualizantes, normas culturales, prácticas legitimas e ilegitimas, mas esta situación es microfísica, pues no es una imposición agresiva, áspera, sino que el poder es una situación, una relación, y por tanto mediante el desenvolvimiento social del individuo, va adquiriendo, por ejemplo, ciertas disciplinas, muchas veces sin darse cuenta.


FUENTE: 

Sossa Rojas, Alexis: "Análisis desde Michel Foucault referentes al cuerpo, la belleza física y el consumo", en https://journals.openedition.org/polis/1417, fragmento.